Google y Facebook se han convertido en gigantes tecnológicos capaces de conseguirlo todo. Las grandes empresas de telecomunicaciones no solo son perfectas máquinas de amasar beneficios, sino que día a día su influencia es mayor en nuestras vidas. Sus algoritmos son básicos para la publicidad de otras empresas y sus diferentes productos han generado modelos de negocio de todo tipo. Su predominio en el mercado es más que evidente, teniendo en cuenta el masivo uso de productos como Android, Gmail, Facebook o Instagram. Entendiendo su importancia (y su auge) en países como China o Rusia se han creado proyectos similares como Weibo o VK.

En el ámbito internacional solo la Unión Europea parece poner énfasis en los derechos ciudadanos. La Comisión Europea ha abierto procedimientos de infracción contra Google y Facebook. En el caso de Google, el ejecutivo europeo ha perseguido su posición dominante en el mercado de los buscadores, donde presuntamente el gigante americano privilegiaba en su motor de búsqueda sus propios productos ante los de la competencia. Facebook, por su parte, ha sido multada con 110 millones de euros por engañar a las autoridades durante la compra de WhatsApp –afirmando que no cruzarían los datos entre la red social y el servicio de mensajería-. Otros gigantes como Apple también han estado en el punto de mira de la Comisión.

Por lo tanto, los gobiernos comienzan a tener incentivos para poner límites a la actuación de estos gigantes empresariales, especialmente cuando se trata de cuestiones relacionadas con la protección de datos o la política de competencia. ¿Representan estas empresas una amenaza al poder de los gobiernos? ¿Son una nueva fuente de poder de raíz no democrática?

La película The Circle (El Círculo, en España), protagonizada por Tom Hanks y Emma Watson, reflexiona sobre estas cuestiones. Sin ser un peliculón –en su género es muy inferior a la serie de culto Black Mirror (Netflix)- plantea elementos nuevos que no habían aparecido con anterioridad en otras propuestas audiovisuales. Estamos acostumbrados a que los creadores reflexionen sobre el proceso de atontamiento y de aceptación repentina de nuevas pautas de comportamiento relacionadas con la tecnología. En episodios de Black Mirror vemos como ciertos individuos –adictos a la interconexión, en algunos casos – actúan de manera más cruel o menos empática por el simple hecho de hacerlo a través de dispositivos tecnológicos. Pero, ¿y si los malos no son los individuos?

Toms Hanks interpreta en El Círculo a Eamon Bailey, un líder carismático que, junto a otros dos genios, funda la empresa que da nombre a la película. Esta empresa, un engendro a medio camino entre Google y Facebook, integra la mensajería con la red social e incluye, además, un alto nivel de integración con cuestiones relacionadas con la reputación digital. Esta propuesta, aparentemente progresista y moderna, choca contra aquellos que deciden vivir offline. El derecho a no compartir tu vida choca contra los intereses, en ocasiones totalitarios, de la empresa. Eso sí, El Círculo siempre propone ir más allá en lo tecnológico para proteger valores tan aceptados –a priori- como la transparencia o la seguridad. Retransmitir la vida en la tierra. En vídeo y en directo.

En la actualidad –ya en la vida real- Facebook y Google ofrecen diversos servicios de streaming de vídeo en directo. Cualquier usuario que disponga de un ordenador o un teléfono móvil puede emitir a través de Facebook Live, Instagram o Youtube. Esta nueva característica ha generado polémica al permitir a los usuarios redifundir la señal de eventos deportivos en directo (y en esta línea se han quejado algunas empresas de telecomunicaciones). Incluso ha habido casos aislados de suicidios en vivo. Toda una invitación a la reflexión.

El principal poder de estas macroempresas reside en la gran cantidad de información que guardan sobre las personas, sin necesidad de vulnerar su privacidad. El uso del big data permite diseñar campañas de publicidad según el perfil del público al que va dirigido un producto.  En el caso de Facebook o de Google AdWords, la capacidad del algoritmo para reunirte con tu público o con tu cliente es especialmente útil. Tan útil que, probablemente, muchas empresas acaben dependiendo de ello. Y esta relación de dependencia convierte al intermediario en depositario de un gran poder.

La posición de predominio de Google en el mercado es especialmente peligrosa, teniendo en cuenta que Android tiene una cuota de mercado del 75% en los dispositivos móviles a nivel mundial. Cuando el progreso tecnológico se convierte en una dependencia técnica el intermediario puede crear y destruir a su antojo. El monopolio se convierte en algo más allá de la falta de competencia: puede amenazar los intereses del usuario, no solo su privacidad.

A la acumulación de poder (y recursos) por parte de las grandes empresas de internet hay que sumar la paulatina aparición de contrapoderes organizados. Series como Mr Robot ilustran a la perfección el fenómeno hacker, que ha pasado de ser una cuestión aislada a convertirse en una amenaza para empresas y gobiernos. Por ejemplo, el año 2011 un grupo de hackers robó los datos de 77 millones de cuentas de Playstation a la japonesa SONY.  Recientemente, el ransomware Wannacry comprometió ordenadores de más de 150 países.

Soy usuario de Google y me encanta la hiperconexión de sus servicios. Con una única cuenta de la empresa de Mountain View redacto documentos en Docs, leo mi correo en Gmail, veo vídeos con Youtube, configuro mi teléfono con Android, apunto mis notas en Keep, consulto cómo llegar a la otra punta de la ciudad con Maps e, incluso, cuento los pasos que doy con Fit. La cantidad de información que tiene Google sobre mí es infinitamente mayor de la que yo mismo soy capaz de recordar. Google me conoce mejor que mi madre o mi pareja.

¿Os imagináis que para acceder a una oferta de trabajo pudiéramos usar nuestra cuenta de Google o Facebook? ¿O para pedir un préstamo bancario? ¿O para acceder a un servicio del gobierno? Toda nuestra reputación digital se cruzaría automáticamente con nuestro Currículum Vitae o con nuestra solvencia económica. El intermediario tendría muchos más datos que el receptor (el banco, el gobierno o la empresa contratante). Un riesgo y un incentivo para la venta de datos.

Cabe estar atentos y vigilar la actuación de estos grupos empresariales. Su empuje es tecnológicamente imprescindible y su capacidad de progreso inasumible por pequeñas empresas o por investigadores públicos. Habrá que limitar éticamente su actuación si queremos sobrevivir como sociedad democrática. Google o Facebook pueden pasar a ser, si no lo evitamos, gigantes con vida propia; inteligencias artificiales fuera de control al servicio del beneficio privado. Pueden convertirse en el anillo –anhelado por los poderosos- capaz de gobernarnos a todos.

 

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